Atardecer en la playa Dongmak de la isla Ganghwado.
Por Charles Audouin
Fotografías: Charles Audouin
Los días se hacen más largos y con ellos crecen también las ganas de salir a respirar aire fresco. ¿Por qué no escapar del bullicio urbano y dejarse envolver por la tranquilidad de la naturaleza, a solo una hora de Seúl?
El 6 de abril, me dirigí a Gimpo, provincia de Gyeonggi-do y a la isla de Ganghwa en Incheon, donde el río Hangang se encuentra con el mar Amarillo tras fundirse con el río Imjingang.
Se muestra una vista de Gaepung, Corea del Norte, desde el mirador del pico Aegibong, en Gimpo. En días nublados, se pueden usar telescopios con realidad aumentada para observar mejor la región.
Parque Ecológico de la Paz de Aegibong, el lugar más cercano para ver Corea del Norte
La primera parada fue el Parque Ecológico de la Paz de Aegibong, en Gimpo. Aunque la ciudad es más conocida por otras cosas, cabe destacar que comparte frontera con la ciudad norcoreana de Gaeseong.
Al final del camino que parte del aparcamiento se alza un centro de exposiciones, donde se puede conocer sobre la ecología y la historia de Gimpo. Una atracción destacada es el tren de realidad virtual que recorre los sitios históricos de Gaesong, antigua capital de Goryeo.
Desde el mirador, el condado norcoreano de Gaepung se extiende apenas a 1,4 kilómetros de distancia. Se pueden observar campos cultivados y pequeñas aldeas.
Al no haber embarcaciones que puedan transitar libremente, el lugar transmite una paz total.
Este parque está dentro de una zona de control civil, por lo que se requiere identificación para ingresar. Se recomienda reservar con antelación en línea. El precio de entrada es de 3.000 wones.
Unos visitantes toman una foto frente a un árbol centenario en el templo Jeongdeungsa, en la isla Ganghwado.
Templo Jeongdeungsa, un refugio espiritual en la naturaleza
Tras cruzar el estrecho que conecta Gimpo con la isla Ganghwado, llegamos al templo Jeongdeungsa.
Construido durante la llegada del budismo en la era de los Tres Reinos, Jeongdeungsa es el templo más antiguo conservado en Corea.
El camino desde el aparcamiento pasa por la puerta sur de Samnangseong, una fortaleza que, según la leyenda, fue levantada por los tres hijos de Dangun, legendario fundador de Gojoseon, el primer reino de Corea. También fue el escenario donde las tropas coreanas repelieron una invasión francesa en 1866.
Rodeado de árboles centenarios, el templo invita a un paseo tranquilo. Desde los senderos junto a las murallas se puede contemplar el estrecho marítimo de Ganghwa.
Se muestran unos tapices hwamunseok en el taller Ganghwadoryeong Hwamunseok, en la isla Ganghwado.
Hwamunseok, artesanía tradicional hecha con juncos
Otro tesoro de la isla Ganghwado es el
hwamunseok, una estera tejida con juncos locales, fresca en verano y cálida en invierno.
Los motivos decorativos más comunes son flores, pero también se elaboran con dragones, patos mandarines, mariposas o diseños geométricos, cada uno con su propio simbolismo.
En el taller Ganghwadoryeong Hwamunseok se puede observar el proceso detallado de fabricación. “Los juncos que crecen bajo el fuerte viento marino de Ganghwado son únicos. Cada pieza requiere más de 600.000 manipulaciones”, explicó Park Yun-hwan, maestro artesano y conservador de la tradición.
También visitamos el mercado tradicional del municipio de Ganghwa-eup, en el condado de Ganghwa-gun, donde se venden
hwamunseok de diversos estilos.
Unas gaviotas rodean a un visitante en la playa Dongmak, atraídas por las galletas de camarón.
Un atardecer inolvidable en la playa Dongmak
La última parada del viaje fue la playa Dongmak, donde el cielo y el mar se funden.
Respiramos la brisa marina cargada con yodo del sur de la isla Ganghwado mientras contemplábamos el lodo marino que se extendía por el horizonte. En la lejanía, algunas islas se insinuaban entre la bruma. Con la marea baja, parecía incluso posible alcanzarlas a pie.
Algunas personas, mientras paseaban por la arena, alzaban las manos con galletas de camarón. En segundos, una nube de gaviotas se lanzaba sobre ellas. Una de ellas arrebató el aperitivo directamente de la mano de un turista, y pronto decenas más revoloteaban alrededor.
Cuando cayó la tarde, el cielo se tiñó de rojo y el sol se ocultó tras el mar. Así, el día llegó serenamente a su fin.
Cerca de la playa, cenamos un clásico de la costa coreana: parrillada de mariscos. El sabor intenso del mar y el ambiente relajado completaron la experiencia.
Este artículo fue elaborado en el marco del proyecto cultural “The Senses of K-Culture” (Los sentidos de la cultura coreana), dirigido a residentes extranjeros en Corea. Más información e inscripciones en: sensesofkculture.kr
caudouin@korea.kr