Por la reportera honoraria
Eliana Natalia Gissara de
Argentina
Fotografías: Eliana Natalia Gissara
La reportera honoraria de Korea.net Eliana Natalia Gissara, posa para una foto portando el traje tradicional coreano, conocido como hanbok, durante su viaje a la ciudad de Jeonju.
Cuando viajé a Corea del Sur en octubre de 2022, pude descubrir la belleza del
hanbok, el atuendo tradicional coreano, en dos ocasiones diferentes.
Recuerdo aquel día que llegué a la ciudad de Jeonju un sábado por la mañana. El clima estaba precioso, la temperatura alcanzaba los 20 grados centígrados y el cielo era celeste. Como era otoño, los árboles comenzaban a mostrar esa paleta de ocres que tanto me gusta. Dejé mi pequeña valija en el
hanok (casa tradicional coreana) que había rentado durante el fin de semana y salí a recorrer la aldea tradicional. Me sorprendí al ver varias decenas de adolescentes vistiendo
hanbok. Mientras se tomaban fotografías, se reían entre ellos o simplemente caminaban. Se podía ver el entusiasmo que tenían en sus ojos, así que de repente me dio curiosidad por experimentar esa sensación que transmitían. Luego de meditarlo, tomé la decisión de alquilar un
hanbok.
El
hanbok es una vestimenta que se encuentra en el corazón de la cultura coreana. Lo usan tanto mujeres como hombres, en diferentes versiones. El traje típico de la mujer se compone de una falda larga y acampanada que comienza debajo del pecho, una blusa con mangas largas, ligeramente ceñidas, y una cinta que oficia de cierre en forma de moño, a la altura del busto. También se puede acompañar con un lazo en la cintura alta y un colgante sobre el costado. El género suele ser pesado, labrado. Hay de colores pasteles, con estampados llamativos o de tonalidad neutra. Generalmente, se acompaña con el cabello atado y con algún aplique.
Con esta descripción en mi retina, entré a un local que rentaba
hanbok. ¡Había cientos! De todos los modelos y colores. Aun así, no me costó elegir el mío. Escogí el blanco con flores rosas y detalles en dorado. Solo bastó con probármelo para que mi expresión cambiara. Aún recuerdo aquellos movimientos acompasados y sutiles. Ahora me disponía a pasear en mi falda amplia y al ras del piso por las callecitas angostas de la aldea. Un ambiente encantador entre muros de piedra, techos orientales, puertas de madera, adoquines y faroles. La arboleda de verdes pálidos, amarillos y rojizos complementaban la calma de la ciudad de Jeonju. No podía creer que yo me encontrara ahí.
Las personas me miraban con una sonrisa complaciente, sabían que estaba haciendo lo que deseaba. Creo que llamaba la atención porque era una de las pocas occidentales que se encontraba paseando allí, a poco de que Corea del Sur reabriera las fronteras al turismo después de la pandemia del COVID-19. En la entrada del santuario Gyeonggijeon, una señora se ofreció a tomarme fotos. Acepté gustosa. Perfiles, frentes, poses, hasta me hizo subir a una carroza. Le agradecí con sinceridad e ingresé al sitio histórico. Cuando me enfrenté con escalones, sentí un poco de torpeza. De a poco, afloraron en mi cabeza las ideas de la corporalidad, los espacios y la comunión. ¿Cuál es la relación que establecemos con todo aquello que nos rodea a partir de la ropa que usamos?
Al cabo de dos horas, caminé hacia el local de alquiler, me saqué lentamente el hanbok, como despidiéndome de él, y volví a ponerme mis pantalones. Instantáneamente, “me convertí en calabaza” como decimos en España.
La reportera honoraria de Korea.net Eliana Natalia Gissara, posa para una foto portando un hanbok de color blanco y violeta.
Una semana más tarde viajé a Seúl. Vertiginosa Seúl. Sus edificios modernos y vidriados parecen devorarte, pero a la vuelta de manzana, el silencio de un templo te devuelve la calma. Ese contraste es lo que la vuelve una ciudad atractiva e inmensa. Antes de partir a la ciudad de Jeonju, había conocido a una chica coreana en el metro. Compartimos un viaje largo en la línea número 9 que atraviesa el barrio de Gangnam hasta llegar al Parque Olímpico de Seúl, mi parada final. En esa ocasión, intercambiamos nuestros números de teléfono y quedamos en vernos a mi regreso. Fue así como nos vimos el domingo al mediodía. Me invitó a almorzar y a recorrer Hongdae, un barrio universitario muy animado del distrito de Mapo-gu. En el encuentro me habló sobre una ceremonia tradicional que debía realizar ese día en su casa y me invitó a participar de ella. Con un poco de intriga, acepté. Se trataba de un evento en homenaje a sus ancestros, conocida como jesa, en el cual se colocaban distintas comidas sobre una mesa a modo de ofrecimiento a los que ya no están.
Entré a la casa, saludé a los familiares y, con el mayor de los respetos, me invitó a ponerme un
hanbok para participar en la ceremonia. Con un poco de nervios, tomé el vestuario y me cambié. Esta vez el
hanbok era de color blanco y violeta, con las mangas más acampanadas. Se destacaba su simpleza y elegancia. Yo, feliz de habitar en él. Durante el rito tuve que hacer algunas reverencias y mi torpeza fue esta vez aún mayor. Me enganchaba al levantarme, me faltaba habilidad. Sin embargo, trataba que mi incomodidad no me afectara. Es decir, trabajaba desde esa indisposición como punto de partida para aprender a llevarla, a conducirla, a menguarla. Me costó pero lo logré.
Somos seres en el espacio: lo habitamos y nos habita. Nos relacionamos con él y en él. Lo experimentamos con nuestro cuerpo, quien a su vez es experimentado por el vestuario. En esta relación simbiótica nos pasan cosas. Claro, somos sensibles al mundo exterior. Por eso quise sentir de primera mano cómo yo habitaba el mundo con un
hanbok, qué impresiones afloraban y cuáles serían mis reacciones. La elección es una decisión. El viaje también transcurre allí.
No cabe duda que cada
hanbok me transportó a un mundo de sensaciones que antes no había experimentado.
shong9412@korea.kr
* Este artículo fue escrito por una reportera honoraria de Korea.net. Nuestro grupo de reporteros honorarios es de todo el mundo y trabaja para compartir su afección y entusiasmo hacia Corea.