Extranjero


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Una recorrida de apenas diez minutos por Hongdae, uno de los barrios de moda en Seúl, alcanza para corroborarlo: en tres cuadras los negocios de moda coreana se alternan con sótanos de e-gaming, donde cientos de adolescentes entrenan frente a pantallas y aspiran a cerrar contratos de decenas de millones de dólares, como lograron las estrellas coreanas de los videogames Faker o Ninja. En Olive Young, una tienda de cosméticos, las colas de hombres y mujeres para pagar cremas están a tope pero van rápido, porque toda la experiencia de cliente está automatizada al extremo. Lo mismo sucede a media cuadra, en el negocio de cuatros pisos vidriado de Samsung, con celulares y pantallas de última generación que no están mucho más caros que las remeras de Messi del local de Adidas que hay unos metros más adelante.


La escena mezcla capitalismo y futurismo y se condice con el alto poder adquisitivo de una de las diez mayores economías del mundo (con una población apenas por encima de la de Argentina). Y también sintetiza algunos de los ingredientes principales de la increíble historia de Corea del Sur, un lugar que por distintos motivos hoy puede reclamar el cetro de centro gravitacional planetario de la innovación. En la cuadra de Hongdae hay tecnología de frontera, diseño, “soft power” cultural, una energía vibrante y una evolución permanente de la “hayllu” (gran ola) coreana.


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