Opinión

02.11.2020

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Por Samuel Richards
Profesor de Sociología en la Universidad Estatal de Pensilvania 


Sobre cómo las personas 'de afuera' han conducido el hallyu (ola coreana) hacia el centro de la cultura pop global 


Empecé a estudiar el sistema sociopolítico global por primera vez hace 37 años, cuando ingresé a la universidad para estudiar sociología. Lo que me condujo a esta área de estudio fueron mis viajes por Latinoamérica, en donde pude observar de primera mano cómo algunos países podían ser dominados económica y culturalmente por otros países vecinos, pero aún así, ejercer una influencia cultural sobre esos países más poderosos de maneras insospechadas. 


Pero no fue hasta que atestigüé el aumento en la popularidad de la ola coreana y el crecimiento de la economía coreana que logré entender plenamente que un sistema social grande y complejo se puede ver afectado por agentes de cambio social y cultural de otro país que es menos poderoso e influyente en la arena global.


Para empezar, permítanme explicar lo que he aprendido sobre Corea, para lo cual haré uso de algunas teorías sociológicas. 


Los sistemas sociales se mantienen unidos por medio de combinaciones únicas de recursos y reglas de comportamiento. Entre más profundamente estén arraigados esos recursos y reglas en el diario vivir de los miembros de esos sistemas sociales, el sistema será más estable. Por ejemplo, las costumbres culturales de larga data sobre nacimiento, matrimonio y crianza de los niños pueden mantener estable un sistema social porque grandes segmentos de la población siguen las reglas que mantienen esas costumbres en vigor, e invierten una considerable cantidad de recursos personales y societales para incorporar las costumbres en la vida de las personas. Cada vez que un miembro de un sistema social obedece alguna regla, o utiliza algún recurso, esa persona hala esa regla o recurso a través del tiempo y el espacio, lo que produce que -como decimos en sociología- "reproduzca" esa misma regla o recurso. Cuando grandes segmentos de la población de un sistema social realizan esto en diferentes tiempos y espacios de manera continua, decimos entonces que están "institucionalizando" esas reglas y recursos. Y esto es lo que hay que saber: entre más institucionalizados estén los sistemas, incluyendo los sistemas culturales, será más difícil que se produzcan cambios, porque cada una de las acciones de cada uno de los miembros reproduce el sistema del mismo modo que ha sido en el pasado, de como es actualmente, y de como será en el futuro.


En otras palabras, los sistemas sociales humanos son fáciles de reproducir pero difíciles de cambiar. No obstante, como sabemos, los sistemas sociales y culturales sí pueden experimentar cambios, por lo que surge la interrogante: ¿Qué hace posible que ocurran los cambios?


El impulso para que ocurran cambios en un sistema casi siempre proviene de personas 'de afuera', es decir, personas cuyas acciones no están enfocadas en reproducir las reglas y recursos más arraigados de ese sistema. Esos innovadores, personas comúnmente percibidas como agitadores, si bien seguramente siguen algunas de las reglas y recursos del sistema en cual actúan, su tipo de relación con el sistema dominante les da la libertad de pensar y comportarse de nuevas y diferentes maneras. En algunas ocasiones, estas personas fueron rechazadas por el sistema,  en otras, simplemente no tuvieron los recursos o no lograron comprender a cabalidad las reglas que les habrían permitido convertirse en miembros plenos. Es por ello que, como podemos ver, en los Estados Unidos casi todos los nuevos géneros musicales del siglo pasado surgieron de personas que vivían en los márgenes del sistema, usualmente personas de las comunidades negras u otras minorías. 


Pero entonces, ¿qué significado tiene esto para Corea, y cómo explica la ola coreana y el Milagro del Río Han, una de las transformaciones culturales más inesperadas y de largo alcance del mundo moderno? Me voy a concentrar en la ola coreana.


Imaginemos qué habría ocurrido si los actores, músicos, cantantes, bailarines y escritores más famosos de Seúl hubieran vivido hace 3 décadas en la ciudad de Nueva York, o en Los Ángeles. Puesto que son tan talentosos, es probable que las grandes agencias de entretenimiento habrían firmado rápidamente contratos con ellos, para empezar la producción de contenidos culturales acordes a las tendencias del momento. Probablemente todos esos artistas habrían aceptado de buena gana, puesto que eso les ayudaría a conseguir fama y fortuna. Pero, al hacerlo, habrían usado los recursos y reproducido las reglas que existían en ese momento, en el sistema del cual formaban parte. En otras palabras, habrían hecho lo que todos los demás ya estaban haciendo.


Pero qué habría pasado en cambio, si todos esos talentosos artistas coreanos hubieran sido colocados en un sistema que tuviera vínculos relativamente débiles con el resto de los sistemas culturales dominantes del mundo. De ser así, el éxito de estos agentes culturales coreanos no sería dependiente de las reglas y recursos institucionalizados en los sistemas dominantes, y habrían podido explorar con mayor libertad nuevas combinaciones de reglas y recursos para poder expresar su creatividad. Esto es, de hecho, lo que en realidad ha sucedido, y el resto ya es historia.


No hay duda de que el K-pop ha tomado préstamos de diversos géneros musicales de alrededor del mundo, ni de que los dramas televisivos de Corea han cosechado una gran popularidad fuera de Corea, especialmente a desde finales de los noventa. Los dramas televisivos fueron de hecho el ímpetu inicial de la ola coreana, a pesar de que no eran extremadamente diferentes a los dramas de otros países. No obstante, esos pequeños cambios tienen profundos efectos, y tal fue así que esos estilos únicos que surgieron del sistema cultural coreano, y que originalmente no eran algo innovador, condujeron al hallyu a convertirse en un fenómeno que a los académicos como yo nos gusta discutir y analizar. Los coreanos simplemente no habrían podido tener la capacidad de utilizar reglas y recursos arraigados en otros sistemas culturales más amplios. Los coreanos no habrían podido competir económica o culturalmente con países en Occidente que no estaban interesados en lo que los artistas coreanos podrían estar haciendo, pues estaban ocupados con sus propios artistas occidentales, que estaban cosechando grandes éxitos mientras reproducían sus propios sistemas sociales y culturales. 


Esto fue así, claro, hasta que el mundo se vio obligado a tomar nota de que las innovaciones provenientes de Corea eran realmente creativas y únicas. Y es aquí donde la sociología puede entrar en acción.


Como se puede ver, a veces el ser ignorado puede ser una bendición. Pero esa bendición desaparece cuando los agentes de cambio social se vuelven agentes de reproducción social, que es lo que les está ocurriendo ahora a los innovadores coreanos, debido a que la ola coreana está definiendo sectores en el centro del mercado global. El punto es que, la ola coreana también ha empezado a crear reglas y recursos que cada día se arraigan más profundamente en los sistemas que necesitan reproducirse, y que rechazan el cambio. Esto es lo que he podido observar por todo el mundo, y es prácticamente inevitable en Corea, puesto que las reglas y recursos que alguna vez fueron nuevos e innovadores han empezado a influenciar sobre mayores segmentos de la población en los sistemas sociales, económicos y culturales de Corea. Cuando esto suceda, se volverán menos dispuestos al cambio y a la innovación. Por supuesto, en este punto los artistas coreanos lograrán mantener siempre un espacio en el escenario cultural global, pero existe el riesgo de que sean desplazados de las posiciones innovadoras a una posición menos creativa. 


BTS y Blackpink pueden invitar a famosos artistas estadounidenses para colaborar con sus canciones, mostrando así que son innovadores musicales que están redefiniendo el sistema global. Pero a la vez, también están sociológicamente obligados a seguir los patrones del éxito como existe ahora, y no respecto a alguna visión de algo que aún no existe. A mayor medida que esto suceda, la ola coreana perdería su fuerza, a menos que los innovadores culturales coreanos estén dispuestos a continuar tomando riesgos y llevando a cabo drásticos cambios respecto a sus obras actuales, hacia algo diferente que el mundo aún no haya conocido. 


Samuel M. Richards es un reconocido profesor y sociólogo en la Universidad Estatal de Pensilvania. Es además el profesor que tiene a su cargo el curso más grande de Estados Unidos sobre raza y relaciones culturales (SOC 119). Con cerca de 800 estudiantes a su cargo cada semestre, y un legado de 27 años, el curso fue reseñado en el programa de televisión ganador de un Emmy "You Can't Say That". 


Traducido por Elías Molina, redactor de Korea.net